Angelica Bartoli. AKA Abuela Keka.
Hoy mi abuela cumpliria 98 años. Aca dejo algo que escribi en el 2008.
Fina EstampaEstás sentada, viejita mía, en el borde de tu cama vistiendo tu desabillé de matelassé bordo. El sol que entra entre las rendijas de la persiana pesada de la ventana de tu cuarto ilumina tu pelo teñido de platinado con tintura barata y acaricia, incansable, las arrugas de tu cara. Estás ahí orgullosa, erguida y, aunque no lo demuestres, un poco vencida.
Suspirás y en tu suspiro largás un “Ah”. Me mirás y tus ojos, pequeños y marrones, están cubiertos por una película fina. Esa que te deja el paso del tiempo. Te pregunto, “estás bien?”. Ya sé la respuesta, no hace falta que me contestes. Te robaron la mitad de tu vida. En mi juventud egoísta no te quiero oír. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas hacen fuerza por salir.
Cierro los ojos, tengo diez años otra vez y vos pasas la plancha por la camita de mi mamá para calentarla mientras yo, con las piernas recogidas y las rodillas bajo el mentón, espero envuelta en mi camisón de nylon. Todavía puedo sentir el olor agrio de la bolsa de agua caliente que me preparaste.
Parpadeo y ya no estás. La camita, la plancha, la máquina de coser, el espray de pelo, el centímetro, las manos frías, la pollera con tablas, el delineador marrón, la sombra celeste
y muchas otras cosas son sólo recuerdos.
Atesoro los recuerdos, los guardo y cada tanto los repaso para que, con el tiempo, no suceda lo inevitable y se me escapen. Hoy comparto uno y me cuesta.
A unos pocos se lo regalo. Bubulina y la Abuela Keka oct 1975
Estás sentada, viejita mía, en el borde de tu cama vistiendo tu desabillé de matelassé bordo. El sol que entra entre las rendijas de la persiana pesada de la ventana de tu cuarto ilumina tu pelo teñido de platinado con tintura barata y acaricia, incansable, las arrugas de tu cara. Estás ahí orgullosa, erguida y, aunque no lo demuestres, un poco vencida.
Suspirás y en tu suspiro largás un “Ah”. Me mirás y tus ojos, pequeños y marrones, están cubiertos por una película fina. Esa que te deja el paso del tiempo. Te pregunto, “estás bien?”. Ya sé la respuesta, no hace falta que me contestes. Te robaron la mitad de tu vida. En mi juventud egoísta no te quiero oír. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas hacen fuerza por salir.
Cierro los ojos, tengo diez años otra vez y vos pasas la plancha por la camita de mi mamá para calentarla mientras yo, con las piernas recogidas y las rodillas bajo el mentón, espero envuelta en mi camisón de nylon. Todavía puedo sentir el olor agrio de la bolsa de agua caliente que me preparaste.
Parpadeo y ya no estás. La camita, la plancha, la máquina de coser, el espray de pelo, el centímetro, las manos frías, la pollera con tablas, el delineador marrón, la sombra celeste
y muchas otras cosas son sólo recuerdos.
Atesoro los recuerdos, los guardo y cada tanto los repaso para que, con el tiempo, no suceda lo inevitable y se me escapen. Hoy comparto uno y me cuesta.
A unos pocos se lo regalo.
Suspirás y en tu suspiro largás un “Ah”. Me mirás y tus ojos, pequeños y marrones, están cubiertos por una película fina. Esa que te deja el paso del tiempo. Te pregunto, “estás bien?”. Ya sé la respuesta, no hace falta que me contestes. Te robaron la mitad de tu vida. En mi juventud egoísta no te quiero oír. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas hacen fuerza por salir.
Cierro los ojos, tengo diez años otra vez y vos pasas la plancha por la camita de mi mamá para calentarla mientras yo, con las piernas recogidas y las rodillas bajo el mentón, espero envuelta en mi camisón de nylon. Todavía puedo sentir el olor agrio de la bolsa de agua caliente que me preparaste.
Parpadeo y ya no estás. La camita, la plancha, la máquina de coser, el espray de pelo, el centímetro, las manos frías, la pollera con tablas, el delineador marrón, la sombra celeste
y muchas otras cosas son sólo recuerdos.
Atesoro los recuerdos, los guardo y cada tanto los repaso para que, con el tiempo, no suceda lo inevitable y se me escapen. Hoy comparto uno y me cuesta.
A unos pocos se lo regalo.